HAY DÍAS DE OTOÑO QUE SON UN REGALO.
HAY TARDES DE OTOÑO QUE NOS LLEVAN DE LA MANO.
Los días de lluvia han pasado y en esta tarde la atmósfera es limpia y agradable. Nada enturbia la visión, no hay calina y la vista se cuela hasta el fondo de los mas lejanos valles. Las nubes pasan a poca altura y algunas se posan en las cimas de los montes mas altos. Nubes que mas que pasar parece que levitan sobre los valles. Que parecen que están inmóviles de lo lento que se mueven. Y los rayos de sol, mas que posarse sobre las colinas, parece que se esparcen por todos los lados, dando el color del mismo sol al aire, a la tierra y a los árboles.
Esta tarde parece la mas perfecta de las tardes y los sentidos se abren al mayor de los disfrutes visuales y mas porque las nubes pasan sedientas de blancura y el sol se muestra dorado de luz y color. Por eso la tarde se esparce de tal manera con su color tan bello, que ocupa todo el espacio que hay entre una visión tan atrayente y el mismo pensamiento. Porque hay nubes sueltas como liberadas. Porque unas están sujetas unas a otras como atadas. Y así surge un lienzo plasmado de nubes y valles. Un lienzo de cortinas de rayos trasparentes que se cuelan hasta el fondo de los valles en distintas intensidades.
Todo perfecto, si no fuera por que a lo lejos los cazadores no paran de disparar. Me están rompiendo la tarde.
Y al anochecer el broche final. Para ese momento hay que estar atento porque no dura mucho tiempo. Mas bien poco, cuando las nubes dan paso a un volcán de sangre y llamas. Cuando el cielo arde.
Es el broche final a una tarde espléndida. Yo diría que triunfante de otoño.
Miro también a lo alto y hay luna llena. La veo espléndidamente solitaria. Una luna que mira a la tierra tan distinta y distante. Tan soberbia y lejana, de la que me gusta pensar que esta serenamente enamorada.
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